La obra de Víctor Espinoza es reconocida por su técnica, el bordado. Hilos achurados que no siempre estuvieron ahí. Vienen de otros lugares y su actual trazo es inspirado por el cine y la música, además de la obsesión por la autoimagen. Acá una muestra en palabras e imágenes de su imaginario y su proceso de trabajo.
Texto y entrevista: Carolina Martínez Sánchez | Imágenes: Emilio Marín
Bordar tal cual como si se hiciera con lápiz, imágenes reproducidas en abstracción. Víctor Espinoza, artista visual, lleva a la tela imágenes atemporales, plasmadas por sus hilos achurados.
Cubismo recortado
En su primera etapa, Víctor confeccionaba collages de dimensiones variadas, que mezclaban la influencia de la estética cubista e imágenes de mujeres recortadas de revistas.
“Hacía eso porque estaba ahí, era lo que se daba en ese momento. “Estaba muy de moda la moda”. Aunque esa etapa fue solo un estudio. Mi trabajo es lo que estoy haciendo ahora.”
Dejar ese cuerpo de obra como “objeto de estudio” hizo necesaria la búsqueda de una transición. No quedarse en esa experimentación requería de un cambio, el cual llegó al artista cuando un amigo le pidió dibujar sobre una polera. La idea de dibujar con sus lápices bic habituales no parecía ser la mejor opción, contrariando la materialidad sobre la que necesitaba crear. Necesitaba un modo de hacerlo en relación directa con la tela, y el bordado parecía ser la mejor manera.
Esta transición casual no solo se dio con los materiales que el artista trabajaba por ese entonces. El imaginario de donde sacaba sus referentes e imágenes mentales también mutó.
La moda de la que habla Víctor, ya no parece estar tanto a la moda, y es la obsesión por la autoimagen en los tiempos actuales la que esta referenciando su obra.
De las imágenes flotantes, su tránsito y construcción
La imagen propia no es específicamente lo que inspira a Víctor. Sino la construcción de la autobiografía a través de las redes sociales, particularmente Facebook. Tal construcción ha sido la que ha estado entregando el material para el álbum que va actualizando su trabajo.
Las personas ponen en la interfaz imágenes en cada momento, comenzando una pululación dentro de la red, donde nadie es dueño de los alcances. La imagen transformada en un intangible -millones de ellas- llega en un momento al archivo visual de Víctor.
“Todas las personas tienen un Facebook y lo rediseñan todo el tiempo. Puedes rediseñar tu imagen a través de estos medios, sacándote selfies, o hablando en primera o tercera persona. Está muy de moda eso, todo muy sobreexpuesto.”
Esta sobreexposición de la imagen propicia que el artista las tome sin permiso:
“No las pido prestadas, me las robo.”
Imágenes que son manifestaciones virtuales de las autobiografías que pierden su cuerpo de sentido al ponerse en circulación en un ambiente que no permite la contextualización original de cada una de ellas. La tangibilización de ellas no es posible al perderse en el espiral de un tránsito imaginado en la web. Pero sí es posible una apropiación de ellas a través de una nueva materialidad, poniéndolas en un nueva narrativa.
“Para mí esto es muy cómodo, las imágenes pasan frente a mí todo el tiempo, me llegan”.
Réplicas de instantáneas
Reproducción que ineludiblemente es llevada a la abstracción de una realidad que se dio en un momento. Víctor hace una conceptualización de tal momento y lo lleva a una materialidad que reconvierte un posible significado original.
“Me interesa el poder intrínseco de la imagen, o como uno se abstrae en ella, o sea, una doble abstracción de una realidad. Hay obras más orgánicas pero juego con la idea del paisaje, así experimento con la idea de conceptualizar de manera irreal lo real. Llevándolo a la materialidad, empiezan a aparecer cosas. Mi trabajo puede ser muy figurativo, tanto como una mancha o una textura, me interesa jugar con los formatos.”
Esta reproducción imaginada de una realidad no significa para Víctor asignarle una arista ética a su trabajo. Su obra se caracteriza por ser un quehacer constante y un permanente ejercicio estético que busca impresionar al espectador desde la manera en que se ven sus obras. No busca interpelar con un mensaje a interpretar. Todas sus obras vienen de una imagen que ve y que son traducidas al bordado. Así la metodología de Víctor esta dada por una producción continua.
De sonidos de vagones y del teatro como film
En el constante bordado que marca los días de Víctor Espinoza, la música es imprescindible para pasar tantas horas con aguja en mano.
Confiesa que no puede trabajar sin ella, y al momento de producir no acude a su soundtrack personal, sino que se acompaña por algún disco de sus artistas favoritos lanzado por esos días, repitiéndolo una y otra vez.
Uno de sus artistas favoritos es Burial, quien para Víctor, juega con la ambigüedad en sus referentes y en el look sonoro. El disco homónimo del músico acompaño el proceso de bordado de la obra que presentó en 2011 en el espacio de Matucana 100, Galería Concreta, dentro de la muestra «Comunidad Concreta».
“Todo ese proceso lo hice con ese disco, lo escuchaba una y otra vez. Cuando yo trabajo, suelo escuchar música electrónica, que de alguna manera, me instala en una dinámica automática de trabajo, como en un ritmo que es muy físico. Pero en una segunda lectura, creo que parte de esta música funciona también estructuralmente como mi trabajo. El techno de Detroit suele ser muy puro, transparente. Pero por ejemplo, Burial tiene un oscuro cruce de diferentes influencias capaces de generar texturas turbias; un dubstep pervertido. Creo que mi trabajo también sufre de eso, de estar infectado de referencias, imágenes y procedimientos que se cruzan.”
Para él, el sonido de Burial, es capaz de crear una atmósfera que lleva a los vagones del metro de Berlín, donde se juega con la idea de hacer música. Una vez más la idea de abstracción de una realidad influencia al quehacer del trabajo de Espinoza. Son sonidos simulados que pueden ser totalmente opuestos, pero que en su encuentro crean este simulacro, ambiente de una realidad.
Estos desencuentros en armonía son los que provocan las mutaciones en el trabajo de los artistas. Recambio que permite una sorpresa en las percepciones.
“Me gusta que los artistas me sorprendan, que hagan una obra y después algo totalmente distinto, y es lo que espero de mi trabajo también, que vaya cambiando y que no se quede en lo mismo.”
En el imaginario de Víctor Espinoza, forma parte esencial el cine. No solo porque parte de su trabajo son escenas bordadas de sus películas favoritas, cómo lo hizo con “Blow Up” (Antonioni, 1966). Sino también porque la propia narrativa del cine es un simulacro, abstracción que le llama la atención para crear su obra.
Ejemplifica con su fascinación por películas como “Opening Night” de John Casavettes (1977), donde una vez más la inspiración se condice con su búsqueda de la idea del simulacro. El film registra una obra de teatro desde distintos puntos. La butaca de un espectador, muy próximo a los intérpretes en el escenario, o detrás de éste. Así la construcción del relato se da desde distintos puntos que pueden presentarse como una elección al que ve el film, o una malla de historias que convergen desde distintos niveles de una realidad.
Cronenberg inspira también a Víctor. La experiencia orgánica que se puede ver en sus películas -superficies, movimiento y cambio-. Experiencia que también quiebra las directrices de una narrativa regular, donde el código y estética de un estilo es llevado hacia otros lugares, pudiéndose dar como un manejo tendencioso y que nos habla de una imagen perversa. La simulación vuelve a aparecer para los ojos y percepción del artista.
Las fisuras estéticas que construyen el relato se dan como la ambigüedad en la imagen y significados que Víctor busca evocar. No es amigo de lo figurativo ni el realismo, aunque sí desea experimentar con la pintura en futuros trabajos, pervertir patrones de clásicos estilos, intervenirlos y mezclar lo orgánico con lo bruto.
La inocencia de la imagen no política, la perversión de la imagen itinerante robada, simulacro y abstracción son las directrices que caracterizan la obra de Víctor, pero como tal imagen flotante, su visualidad está dispuesta a mutar.
El barrio, la calle, la casa, la ventana cuadrada que da a la calle, la reja. El taller, la pieza, el tablero, los bastidores, los hilos. El pelo despeinado, el pelo peinado engominado, la forma de caminar, el día, la noche, la ropa,
los zapatos con un pequeño taco. La mirada, la forma de hablar, los tiempos, la luz fluorescente, la música electrónica, el computador. Todas estas cosas se pertenecen entre ellas y a Víctor al mismo tiempo. Una personalidad fuerte, pero amable, Víctor aparece y desaparece. Pero siempre vuelve a aparecer.