La película “El Séptimo Sello” de Ingmar Bergman, nos retrata la insaciable búsqueda de su protagonista Antonius Block por descubrir el misterio de la vida a través del conocimiento. Necesita develar ese secreto y mirarlo a la cara para poder vivir una vida tranquila, incluso una muerte temprana. Para esto, mantiene una conversación con la Muerte durante un juego de ajedrez, durante el cual la acosa con preguntas que lo guíen hacia la luz. La respuesta de la muerte es simple: no tengo nada que revelar.

Es desde este punto donde Toro Blum se inspira para producir su obra “INGMAR”, nombrada así por el cineasta. El artista intenta captar la búsqueda de sentido y conocimiento personificada por Block, a través de un trabajo dialéctico de luz y oscuridad, que permitiría que el espectador pueda sentir la intriga que vive el personaje.

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Contexto

La obra no fue siempre como la pudimos observar en el Museo Nacional de Bellas Artes para la 12ª Bienal de Artes Mediales. Al principio, se relacionaba con el cine como disciplina general. La estructura representaba una escultura de una pantalla de cine enfrentando una pared que deseaba hablar del paso del tiempo a través de la percepción. Por su tamaño, la obra inmediatamente condicionó la relación del espectador en el espacio, el cual era utilizado en su totalidad para poder apreciarla desde distintos ángulos.

Cuando Toro Blum decide incorporar el texto de Ingmar a la obra, es específicamente con este fenómeno con el que se reconfigura la obra. Para la muestra en el Centro Cultural Matucana 100 se usaron neones de luz ultravioleta (ubicándose el color al borde del espectro, siendo así uno de los más cercanos a la oscuridad) y se la instaló en un espacio totalmente oscuro, logrando un efecto óptico que referencia a la Alegoría de la Caverna de Platón. Al entrar a la sala no era posible ver, pero mientras la visión se iba ajustando en la oscuridad se podía percibir el haz de luz que hacía inevitable el acercamiento a la obra para conocer que es lo que existía detrás, solo para darse cuenta de que no hay nada que revelar.

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INGMAR (Rojo)

Para el contexto de la bienal, el artista se enfrenta a un espacio absolutamente distinto a la Galería Concreta de Matucana 100. Fue inevitable tener que adaptar «INGMAR» a un salón redondo y con menos control sobre la luz. La percepción de ésta pasaba a depender de una condición óptica a una espacial, donde el uso del color sería la variante. Para esta ocasión, Javier Toro Blum elige el rojo, tonalidad que si bien también se acerca a la de la oscuridad, se encuentra al otro lado del espectro. Más resplandeciente y sorprendente a los sentidos desde la distancia, divide el espacio con la silueta de la pantalla.

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Aunque no se pueda hablar de un trabajo site-specific, ya que la pieza original no fue diseñada para la bienal, si podemos referirnos a esta instalación como un dispositivo arquitectónico por su evidente diálogo con el espacio, activando los cuerpos que rodean la obra.

La pantalla o panel que antes representaba un soporte para el texto, tal como los subtítulos de las películas, se adviene como una pared divisoria condicionando el recorrido del espectador. Al ver el aluminio iluminado con el neón rojo y manchado con el paso del tiempo (la escultura permaneció en una bodega mientras el artista estudiaba en Londres), nos conduce a pensar en una escultura de grandes dimensiones recordándonos el trabajo de tonos oxidados de Richard Serra. El panel encuentra su protagonismo en contraposición al neón, material que sin duda robará la atención de la audiencia la mayoría de las veces.

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La conformación lingüística y óptica de la obra, adquiere además un sentido corporal y espacial; y es ahí donde encontramos la respuesta a la curaduría de Rivera “Hablar en Lenguas”. No solo el cine como un lenguaje y medio de producción estética y artística, sino también su sentido. El uso de la percepción para transferir eficazmente un mensaje.

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Quizás en ese proceso de descubrimiento a través de los sentidos, es donde hoy debiéramos fijar la atención. El ansía fulminante de saber que es lo que hay detrás del panel y el continuo existencialismo de Block juegan con nuestra conciencia, a la que se le presenta la opción casi obligatoria de incorporar las sensaciones que se nos están revelando, antes de llegar a la respuesta de la Muerte. Inmediatamente relacionamos la llegada a la luz como un momento develador, cuando la inserción en la oscuridad y el condicionamiento con el espacio, también representan una parte esencial de esa verdad revelada.

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