Castillo. Juan. Hay una carga detrás de él. De los tiempos tenebrosos esos en que no se podía andar por ahí diciendo lo que se pensaba. De los tiempos en que desconfiabas hasta de tu sombra como dirían las madres que vivieron esos días. De los tiempos donde había una mordaza; real para unos, implícita para otros. Ahí es donde surge un colectivo artístico un poco insurrecto. No tanto, pero un poco como para desplazar los símbolos, para camuflar los significados. Parece ser que eran más desafiantes las nuevas formulaciones en la práctica artística que fue mutando influenciada por una vanguardia que no tenía que ver en absoluto con la pintura o con una cierta “tradición” – heredada del primer mundo obviamente-.

Era acerca de la disrupción, algo que el artista nacido en Antofagasta había vivido y conocido ya desde pequeño a través de su abuelo pintor y fotógrafo, quien era considerado un inútil al no poder conseguir trabajo por ser comunista.

Su primera exposición fue a las trece años sin saber mucho acerca de que se trataba eso de vender, y ese mismo día que el director de la sinfónica de Antofagasta, Joaquín Taulís le compró todas las obras, también experimentó su primera borrachera. Así es que empezó a vivir en un ambiente que ayudaba mucho a la creatividad y a las relaciones, al crecimiento y expansión.

“En esa época todos nos relacionábamos, no importaba la edad; la discusión era muy enriquecedora. No tuve adolescencia, siempre estaba con puros viejos, no tuve polola tampoco, y a los diecisiete años me vine a Santiago a tener un encuentro culmine con una chica. Para mí fue una cosa natural todo esto.”

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Con todo esto ya en el cuerpo –y el espíritu- Juan decidió entrar a Arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso como una buena alternativa a arte, ya que su padre no se lo permitió, y si bien fue algo así como una segunda opción bajo esas circunstancias, se encontró con todo un mundo fascinante, donde quienes forjaron esa Escuela, aún estaban vivos por ese entonces.

Rostros y símbolos surcados (mutados) en los paisajes

Para Juan Castillo su primer exilio fue cuando se movió desde Antofagasta a Santiago. Cultura y paisajes tan diferentes, así es que su primera y más íntima relación fue con el desierto.

“Si siento alguna cosa como tierra natal, como patria, es el desierto. Yo me siento chileno solamente cuando juega la selección chilena.”

De todas maneras le encanta vivir en un continúo traslado y ve como mucha gente de su generación viviendo en Suecia u otros países, añoran volver, al contrario de lo que él desea. “Si añoras tanto, ándate, es casi como una angustia como muchos.”

Esa patria de paisajes lo ha plasmado de cierta manera en un trabajo que viene desarrollando desde hace muchos años: “El rostro es el paisaje”. Siempre se ha fascinado por los rostros como infinitos cruces para llegar a lo que uno puede ser. Y es que esa es la única patria para él, uno mismo. Y por otro lado, el paisaje considerado como influencia en nuestra manera de pensar y sentir, y en ese mismo sentido es que el desierto fue tan importante. La belleza de esa nada, tal cual como los silencios en la música.

Desligarse del concepto país, una construcción que no hemos hecho ni elegido nosotros y que fácilmente ha llevado a las personas a segregar al otro, cuando en ese intercambio sólo puede haber crecimiento y movimiento.

“Ese miedo al otro, cuando no existe una cultura unívoca. Eso es no ver como fluyen las cosas.”

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Para Juan la única manera posible de pensar la vida, es en ese constante flujo entre los individuos y como una permanente construcción de ellos mismos, ese dinamismo interior y exterior que ahuyenta la fosilización del carácter. El encuentro con el otro es lo que va nutriendo y haciendo posible su obra, todas esas visiones emparentadas.

De las estrategias visuales del C.A.D.A. Sobre la marcha o explícitamente

Como para muchas personas, la llegada del televisor a la casa marcó a Juan Castillo. Sí, probablemente la inquietud a sus doce años fue desde otro encuentro con el aparato; inmediatamente se llenó de pañitos, bordados y figuritas, llegando a parecer casi una instalación. Lo que además lo cautivó de la televisión y que en cierta medida influyó en sus comienzos con el video, que a diferencia del cine, no había esa dictadura de la imagen, donde necesariamente se tiene que atender a lo que está pasando en un momento determinado, o permanecer frente a esta sucesión de imágenes. Se podía estar de paso frente a la imagen proyectada, o simplemente cambiarla, o apagarla. Y de esa misma libertad para con esa imagen o el espectador, es que más adelante los integrantes del grupo C.A.D.A. se dieron cuenta, y por la fuerza que podía haber en el registro mismo, empezaron a considerar el video como una obra independiente más allá del registro de las otras acciones.

Pero lo que radicalmente influyó y perfiló su práctica y pensamiento –como para tantos artistas de la época- fue el golpe militar en Chile y su posterior dictadura. Juan reconoce que tuvo mucha suerte por su destino, al contrario que muchos amigos y conocidos desaparecidos o muertos. La misma influencia que junto a otros amigos artistas e intelectuales de ese entonces hizo que buscarán nuevas formas y propuestas para y desde el arte, y sobretodo por esos significados tan difíciles de expresar, y esos significantes tan opuestos entre el violento aparataje militar y político y las personas.

Antes de que el Colectivo Acciones de Arte C.A.D.A. se gestara, el artista antofagastino ya había empezado a trabajar con la también artista visual Lotty Rossenfeld, donde una de sus primeras acciones fue una intervención con imágenes de vagabundos tirados en las calles del centro de Santiago y pegadas en los árboles del Parque Forestal. Luego vino “Por los derechos humanos” en la Iglesia de San Francisco, y después en el año 1979, tuvo lugar junto a otros varios artistas chilenos la muestra “Recreando a Goya” en el Goethe Institut, donde la inspiración fue el cuadro “Los Fusilamientos”, siendo prácticamente una cita a lo que estaba sucediendo.

Ahí fue que también se conocieron con Raúl Zurita y Diamela Eltit y al otro día ya estaba formado el C.A.D.A. Y al mes, el primer trabajo.

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En ese mismo momento, también se habían formado otros grupos de artistas y pensadores, uno era V.I.S.U.A.L. conformado por el poeta y artista Ronald Kay, el artista plástico Eugenio Dittborn y la artista visual Catalina Parra; y en otro estaba Nelly Richard con Carlos Leppe y Carlos Altamirano. Pero al grupo formado en el Goethe les interesaba la reflexión del y desde el arte, no pudiendo encontrar en esos otros discursos la intención declarada de dar cuenta de la situación chilena del país, y eso fue lo que deseó hacer el C.A.D.A. Las problemáticas y discusiones formales del arte y sus discursos por supuesto que les eran una preocupación esencial, pero no habría tenido sentido sin el interés de vincularlo con lo que estaba pasando en Chile.

Castillo reconoce que nunca ha visto que el arte en la época contemporánea realmente haya cambiado a una sociedad, pero sí entiende esto como una señal. Y en el ejercicio por acercarse al cambio y a la formulación de declaraciones era donde residía la energía para producir las acciones que fueron bastante seguidas. El dinero era escaso para eso y cada uno desarrollaba su trabajo individual. Diamela estaba escribiendo una novela (“Por la Patria”), Raúl publicó ya una vez formado el C.A.D.A., “Purgatorio”, su primer libro, Lotty estaba haciendo las intervenciones con las cruces en el pavimento y Juan ya trabajaba con sus intervenciones en sitios eriazos.

Si bien algunos de los integrantes del colectivo tenían militancias políticas, el colectivo no era expresión de algún partido político en particular, razón por la que otros sectores más radicales los trataban de pequeños burgueses, los culpaban por usar televisores o por usar un lenguaje que supuestamente no toda la audiencia podría entender, asunto que para el grupo descalificaría de inmediato a ese público; cada manera de acercarse a las obras y cada reflexión cabe, por eso es que hay miles de obras y vidas posibles.

 “Para mí al menos, me interesan mucho los discursos ambiguos. Yo creo que puede haber una complejidad y una posibilidad de muchas interpretaciones.”

Luego de algunos años durante la década de los ‘80s de usar las calles para trabajar junto al colectivo, tal cual museos abiertos esparcidos por la ciudad, Juan Castillo decide emigrar.

La primera partida

La primera solución para juntar dinero fue cambiar algunas de sus obras que eran menos comerciales por esos años, por algunas de amigos suyos como Juan Dávila o Eugenio Dittborn y así poder venderlas, pero ganar en 1982 el I Premio Medios Múltiples del III Concurso Nacional de Gráfica junto a Ximena Prieto, con la obra “Campos de Luz”, le significó la llegada de un dinero inesperado, evitando la venta de esas obras y así pudo emprender un viaje que primero lo llevaría a España y luego a Francia con ocasión de la Bienal de París de 1983. Luego de estar en esos dos países, viaja a Estocolmo para quedarse encantado con lo que es Suecia. El primer tiempo sería una buena bienvenida que no duraría mucho, para después de algunos meses con varios proyectos y trabajo, venir un período de inactividad que lo llevó a tener que recurrir a otras ocupaciones.

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Ser político no es acerca de la política

Si todos los seres humanos ya somos políticos sólo por el hecho de que estamos en relación a otros, para el artista ese arte político que se habría puesto de moda en tantos momentos, para él sería algo como un invento conceptual de críticos y galeristas para vender algo que realmente no es portador de tal contenido. Eso ‘político’ no estaría en determinados mensajes, sino en determinadas actitudes que un artista puede abrir como preguntas a la sociedad, pero que se las está haciendo a sí mismo.

Asume que tiene muchos prejuicios ante ese tipo de arte, donde ciertamente se puede correr el riesgo de utilizar en un mal sentido o equivocado, determinados asuntos sociales o políticos porque pueden provocar un gran y rápido impacto mediático. Y no existe un derecho -aunque sea ético o de voluntad- a usar tales situaciones, reconociendo como un ejemplo de lo que dice, el artista español Santiago Sierra.

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Identidades e imágenes que se pierden en el flujo del tiempo y el régimen visual para construir nuevas narrativas que exalten esas individualidades perdidas. Asignación de rostros y formas a historias no contadas o calladas

Por eso es tan básico para construir sus narrativas el contacto y diálogo con los otros, formado por cientos de entrevistas que muchas veces no terminan en una pieza, pero es parte del continuo proceso de conocer a ese otro. Para cada proyecto, desarrolla algún tipo de relación con quienes participan de ellos, ya sea mediante fotografías o relatos, porque cada rostro es un mapa que obedece a una mezcla de cosas y que se encuentra en esa fricción con la identidad. Nuevas formulaciones que abren misterios donde no yace solamente un mensaje, si no muchos, donde el cuerpo y la mente puede responder de otras inesperadas maneras.

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