«Hay dibujos que estudian y cuestionan lo visible, otros que muestran y comunican ideas, y por último, aquellos que se hacen de memoria. Cada tipo habla en un tiempo verbal distinto. Y nuestra imaginación responde con diferentes capacidades a cada uno de ellos.»
John Berger
Por Rodolfo Andaur | Imágenes cortesía del artista
Como latinoamericanos y desde una posición beligerante hemos integrado a nuestras existencias diversos análisis acerca de los fenómenos provocados por la violencia política que ha experimentado nuestro continente en innumerables épocas de su incalculable historia. Por cierto, esta reflexión que para muchos podría ser irrefutable, forma parte de un complejo estudio que demuestra como la imagen de la violencia se ha multiplicado a través del imaginario social de este continente. Son todos estos actos alborotados por la vehemencia más escandalosa los que han pasado a formar parte de un panfleto político que, en más de un caso, ha proclamado –y sigue proclamando– procesos democráticos y cambios socio-culturales que, en la actualidad, han adquirido diversas y particulares configuraciones.
Es indudable que los focos más reveladores que se tenga memoria sobre esta ‘intensidad política’ ocurrieron entre los años 40 hasta la década de los 70 del siglo XX. No obstante, sus reminiscencias siguen apareciendo y lo ocurrido en los últimos años ante la constante aparición del autoritarismo democrático versus los grupos que reivindican los movimientos sociales, han creado una imagen feroz y abominable del complicado panorama político que viven algunos países de la región. A partir de aquí podemos elucubrar que es enmarañado citar uno por uno los infinitos exabruptos de los ‘políticos’, particularmente, durante esos periodos dictatoriales latinoamericanos. Sin embargo, también hemos visto otros casos en los que la misma profanación de las libertades personales ocurren dentro de gobiernos elegidos democráticamente y donde la demagogia del aparato fiscal se imponen sobre la armada; y otros casos en los que esta relación se invierte.
Por estas razones gran parte de los discursos creados en torno a nuestra historia más reciente, son establecidos desde una calculada anulación de las prácticas democráticas. Incluso estas situaciones quiebran absolutamente con las lógicas de los acuerdos que han impuesto una serie de gobiernos de distintas coaliciones. Entre tanto vamos experimentando un proceso social que carga con las secuelas que ha dejado el complejo tratamiento neoliberal con el que hemos sido obligados a (sobre) vivir. Un tratamiento que cada día se muestra más brutal y que ha engendrado en nosotros diversas suspicacias sobre el ‘ser’ social en un país como Chile. También podríamos inferir que este país ha marcado la pauta como un laboratorio a través del cual el Estado ha promovido una serie de ejercicios que radicalizan y ocultan actos de lesa humanidad, una situación que marcará ampliamente el discurso político de los últimos 40 años.
A partir de este preámbulo nadie podría titubear que hoy algunos actores sociales han abierto un espacio que busca, con real preocupación, profundizar en estos hechos que marcaron la historia a lo largo de esta inmensa geografía multicultural. Y estos actos al resaltar nuestro pasado sombrío no solo forman parte de las pancartas que pretenden anular la aparición inesperada –para algunos– de la era Trump, sino que también de aquellos modos en los cuales las rúbricas de esa violencia política siguen apareciendo al unísono en las mentes de los ideales actuales en diversos lugares del mundo.
En muchos casos son estos tópicos los que algunos artistas chilenos han buscado para cultivar su leit motiv y así graficar algunas escenas que han marcado la historia política chilena. Es decir, básicamente éstos han estado desdibujando parte de la memoria que ha expuesto las claves de un quebrantado sistema institucional que ha transformado al Estado en un mero dispositivo asistencialista.
La complejidad que aparece al instante de amplificar estos temas que han repercutido en la escena del arte contemporáneo nacional, obedece a las pretensiones con las que cargamos a la hora de revisar estas crónicas de una época reciente. Ante esto emerge un imaginario que ha cimentado el artista visual Javier Rodríguez, quién ha estado remarcando una realidad que está estrictamente centrada en las dualidades de la violencia tanto en sus diferentes formas como en sus contenidos más viscerales. No obstante, Rodríguez ha sentenciado con sus obras una manera de observar que va ligada a aquellas historias que han sido puntualizadas desde la ficción. Ahora, desde otra vereda vemos que él reagrupa en un par de experiencias con las que ha volcado su mirada, por cierto hacia otros límites que nos llevan a descubrir meticulosos márgenes que ejemplifican las diatribas del período dictatorial y post-dictatorial.
Es por eso que al analizar lo absurdo de los contenidos que habían tildado con espanto la aparición de los movimientos anarquistas en Chile y también en gran parte de Latinoamérica, llegamos a la conclusión que Rodríguez nos propone desenmascarar un discurso conservador sobre lo político del aspecto revolucionario en conjunto a toda la expectación y el misterio que encerraba esa imagen, en particular, de los grupos subversivos. El rótulo más elocuente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) era su aparición inesperada provocando pánico en las clases dominantes. En este sentido, las imágenes de esta exposición nos retuercen con una serie de contenidos que serán explayados dentro de un espacio colectivo para lógicamente ponerlos a prueba ante el inflamado binomio del arte y la política en los albores de este siglo. Por tanto la yuxtaposición de todos estos emblemas que han generado pavor y misterio justifican el título de este proyecto: Anticristo.
A través del soporte del dibujo, el tránsito ficcional por el cine y la estética del comic, Anticristo se convierte en un proyecto de realismo fotográfico que está envuelto con un tenebroso espectro del mítico vampiro en conjunto a hechos de la vida real. Para este caso el artista mezcla al vampiro con los antecedentes históricos que investigó sobre la “Operación Albania” acontecida en el invierno de 1987, y en donde la CNI asesinó a 12 miembros del FPMR. Junto a estas características históricas que son abordadas desde el dibujo, aunque con un giro sombrío hacia la lógica del comic como guión cinematográfico, este proyecto nos abre otros nichos para percibir la coyuntura que han singularizado a estos hitos sobre la violencia desmedida por parte del Estado.
Desde las más acérrimas conjeturas, las imágenes de Anticristo sacuden su plataforma documental que ha sido construida para mantener ya sea un discurso oficial o metafórico sobre el ocultamiento de información que sentencia los mitos. Esta exposición en su contexto es una obra que inexorablemente expande muchos aforismos, y esto se debe a que Rodríguez ha estado desafiando otros discursos plásticos y audiovisuales que han calado en su proceso de creación. Específicamente, en este caso, todo el volumen de información que él ha recopilado, por un lado, pretende instalar un relato de su quehacer político y, por otro lado, busca dictaminar un proyecto artístico en donde seamos capaces de recoger diversos conceptos que nos lleven a engendrar otras dialécticas en torno al dibujo.
La inigualable premisa que muestran las secuencias que poseen estos dibujos, está presente en la ficción documental que con su carácter mágico e inesperado es capaz de invocar un entorno físico mediado por las texturas que presentan sus protagonistas. Al mismo tiempo, esto cuestiona el rol del documental gráfico que presenta Rodríguez ya que el complejo panorama, o sea la realidad que impone la cultura visual, sucumbe ante el escepticismo económico que vivimos y que sin duda, pasa a calibrar el futuro de la política. Es así como este documental gráfico ha delineado sucesos y testimonios que en el pasado podrían haber construido esas utopías libertarias latinoamericanas, pero que sin embargo en la actualidad todas esas quimeras son parte del mismo cuento hipócrita.
Por otro lado, el espacio que ha sido habilitado para observar estas imágenes, nos identifica con la clave contextual acerca de la crueldad con la que el sistema político ha justificado su sitial para subsistir al paso de los años. Además, en otros casos observamos como han sido legitimados y transformados los discursos para justificar las atrocidades de uno y otro bando. Hace ya un par de décadas que como sociedad estamos siendo amenazados por la comparación flagrante que ha sido escrita por el gran imperio, lo que para este caso sólo nos da cuenta de los prejuicios que ellos han imaginado sobre como hemos propiciado las condiciones políticas, culturales, económicas y sociales que validen nuestra identidad ‘económica’, un efecto que ha provocado la satanización de la legitimidad de los movimientos sociales.
La visión que emite este juego desde el dibujo, estructuralmente descontextualiza los aspectos propios de las tramas que presenta en el espacio expositivo la lectura simbólica de las huellas dejadas por la represión, sus ideales e imágenes. Aunque el artista intente con estos últimos preceptos unir y separar la experiencia que ha significado para él tanto la ficción como los hechos verídicos, nos comparte un entorno que sacude esos caudales que han manipulado lo empírico y lo impreciso. En ciertos instantes los diálogos que aparecen en Anticristo nos llevan a tomar en cuenta las identidades político-ideológicas de los intelectuales de izquierda y todas aquellas interpretaciones que podrían surgir sobre violencia y democracia.
Anticristo exterioriza literalmente las posturas con las cuales la violencia se torna un instrumento político para la resolución de conflictos de distinta magnitud. Por lo que a través del realismo fotográfico apelaría a una comparación analítica que explica en una serie de capítulos los elementos explicativos que nos llevan a entender la relación entre hechos de violencia política, la conspiración del Estado y las demandas sociales que desde hace mucho tiempo buscan instalar diálogos con la finalidad de generar una masa crítica que pueda articular un escudo ante las constantes amenazas por parte de una estructura política que nos está ahogando lentamente.