SISTEMA – AGUA
Texto por Peio Aguirre | Imágenes por Patricio Novoa
Que el agua es un conducto y un sistema al mismo tiempo es algo que a nadie se le escapa aunque no tengamos la costumbre de preguntarnos de donde viene cuando abrimos el grifo. Basta que no fluya agua para convertir en anomalía aquello que hemos interiorizado como natural. Nada hay menos natural que la transformación del agua en recurso. La diferencia, empero, entre conducto y sistema es notable: un conducto es una vía o instrumento, un canal comúnmente cubierto que sirve para dar paso a aguas y otras sustancias líquidas o sólidas, mientras que un sistema es la suma de infraestructuras, dispositivos legales y económicos que dan sustento a toda una red de vías subterráneas y cauces artificiales modificados por los humanos. El agua como sistema conforma una totalidad, un ciclo sin fin que se renueva sin descanso y cuyo rastreo histórico nos conduciría a los orígenes de la relación con la naturaleza. Desde la antigüedad, el dominio y control del agua ha sido una constante: el almacenamiento en acuíferos y neveros, el levantamiento de presas y diques, la navegación de ríos y lagos, etc. En cuanto al mar, su dimensión mítica e ingobernable es también el origen de las grandes transformaciones en los modos de producción a lo largo de la historia, hasta llegar a esta fase en la que nos encontramos actualmente que es la del capitalismo tardío.
La urbanidad de muchas ciudades premodernas fueron organizadas en función de la distribución radial del agua, el acanalamiento y la utilización de la topografía para hacer fluir el agua y regar así sus límites. En las ciudades modernas, sin embargo, la invisibilidad del agua como sistema es proporcional a su dependencia absoluta. Existe un fuerte vínculo entre lo visible y lo oculto. De este modo, los ríos, lagos y playas urbanas son la cara visible de toda una prolongación de infraestructuras de alcantarillado, saneamiento y distribución del agua potable. Seguir la pista del agua supone adentrarse en el interior de un sistema-agua (una traslación de la noción teórica del sistema-mundo como un conglomerado de relaciones sociales, políticas y económicas a lo largo de la historia en la Tierra). La exploración del sistema-agua difiere radicalmente del método de búsqueda de agua mediante varillas y péndulos que conforman la ciencia de la radiestesia y que existe desde tiempos inmemorables. Indagar, rebuscar y pesquisar las funciones y usos del agua es una actividad que puede ser de tipo chamánico o científica, por poner dos extremos. Pero también puede adoptar una función cognitiva y, por tanto, también puede ser una labor artística pues trazar cartografías cognitivas es una de las funciones del arte. La labor artística de Claudia Müller está centrada en esta elaboración de mapas cognitivos manufacturados, especulativos, ensoñadores y que tienen una fuerte carga poética. Un intento o esbozo conceptual, artístico, hecho a mano y cuya técnica se reinventa en el mismo proceso de realización.
El proyecto Catastros del agua (2015-2016) desarrollado por Müller durante su residencia en Bilbaoarte aborda el estudio de la cuenca hidrográfica de la ciudad de Bilbao. El estudio de las aguas de Bilbao y sus alrededores adoptan distintos formatos: dibujos, vídeos cortos, fotografías para desembocar en una instalación final donde una estructura escultórica da sentido a todo el proyecto. El agua es aquí estudio del territorio. Dispositivo y mediación.
En esta instalación, además de contar con un mecanismo de tipo arduino, que es un Hardware fácil de manejar y que bombea el agua y lo recoge, la artista ha puesto especial énfasis en el detalle de la factura. Moldes de canaletas de plástico corrientes de los usados en fontanería son ahora de cerámica y están unidas y ensambladas con cobre. El conjunto proporciona la impresión de estar hecho a mano, laboriosamente. Son estos rastros de artesanía los que sitúan la instalación como un gran juguete, a medio camino entre un modelo o maqueta y una arquitectura encogida. La forma de este cauce convertido en un conductor reproduce la forma de meandro, cóncavo y convexa, que la Ría de Bilbao deja a su paso por el barrio de La Peña. El propio significado de meandering en lengua inglesa sugiere la posibilidad especuladora de improvisar o trazar una ruta de manera indirecta. Toda una metáfora de la propia labor artística donde las intenciones y los resultados están casi siempre sujetos a todo un conjunto de variables y principios de incertidumbre. Sugiero aquí que la propia actividad artística de Claudia Müller, tan decidida y obstinada en su elección del tema y los contenidos a tratar, está atravesada por esta cualidad transversal del meandering.
Pocas ciudades podían ofrecerle a la artista un escenario para su investigación como Bilbao, fundada sobre el curso de su ría y con su epicentro histórico a escasos metros de Bilbaoarte. Más concretamente, en la Iglesia de San Antón, que antes de ser erigida fue almacén de mercancías fluviales (hacia el año 1300) y también muralla defensiva que hacía las veces de dique contra las inundaciones. El influjo de las mareas en la Ría de Bilbao ha hecho de esta artería el centro vital de la ciudad, cuya historia está forjada por la evolución y desarrollo de la conexión entre la ría y el mar. El viejo y nuevo Bilbao y recorriendo su historia, el agua como totalidad y sistema. Catastro de aguas parece igualmente interrogar sobre las consideraciones ontológicas de un río. Esto es, ¿caudal o río? O mejor dicho, ¿cuando el caudal pasa a ser considerado un río? Por caudal se entiende la cantidad de materia fluida transportada por unidad de tiempo en una dirección determinada y, como sabemos, se aplica principalmente el agua. Mientras que las implicaciones del río no solo son geológicas sino también sociales, económicas y culturales.
Después de su residencia en Bilbao, Claudia Müller ha trabajado en otro catastro de aguas en base al río que surca el sur de la ciudad Santiago de Chile, y que tiene el elocuente título de Nadie puede empujar el río (2006). Este río llamado Maipo está conformado por una gran cantidad de afluentes que lo dotan de caudal. Actualmente hay en esa zona varios conflictos, pues muchos ríos de Chile se están volviendo represas en lo que es un signo inequívoco de la implantación minería y otras industrias primarias donde la extracción de sedimentos erosiona su lecho acelerando con ello la desertización. El llamado proyecto del Alto Maipo es uno de estos conflictos medioambientales del que participan las compañías hidroeléctricas. Algunas de estas investigaciones de Müller pueden ahora verse en esta misma exposición que nos ocupa. Los disputas por el agua, por su abundancia o su escasez, son constantes en el establecimiento de nuevas zonas territoriales controladas por los intereses del capital. Una película no muy lejana, Naturaleza muerta (Still Life, 2006) de Jia Zhangke, cuenta la historia de personas forzadas a dejar su ciudad para desplazarse a la construcción de una barrera de protección al agua en la llamada Presa de las Tres Gargantas en China, en el río Yangtsé, conocida como la mayor presa del mundo. Con la subida del nivel del agua, ciudades enteras quedan sepultadas, a lo que siguen los trabajos de demolición de los edificios existentes. Naturaleza muerta es una película que habla de las condiciones del trabajo en la China actual y que interroga de modo radical sobre la memoria dejada atrás por el agua. La capacidad de borrar la historia mediante el agua (no por casualidad usamos la expresión “lavado de memoria”) es proporcional a su condición de renovación perpetua. Cuando el agua fluye el tiempo se renueva y con ello accedemos a una nueva percepción del pasado y su recuerdo.
El río del tiempo
Es igualmente propio en Claudia Müller que esta exploración social, cultural y también política sobre el agua vaya acompañada de una dimensión poética y subjetiva. El vitalismo pertinaz de esta aproximación sitúa al agua como medida del tiempo a través de los efectos de la gravedad, la luna, las mareas y el sol en lo que es el gran tema de su obra artística. Los ritmos biológicos marcados por los efectos de la gravedad es en nuestros días la cadencia urbana del reloj y el ritmo circadiano de la noche y el día confundidos por la implantación del tiempo de consumo y el trabajo 24/7. ¿Cómo restaurar la memoria dejada por el agua en el interior del cuerpo individual y colectivo? El agua como medida del tiempo nos traslada al cuerpo como un receptor sensible de los vaivenes periódicos del horario del día y la noche: la aceleración del tiempo-espacio. ¿Qué decir de las capacidades de ensoñación asociadas al día y también la noche? El filósofo de la esperanza, Ernst Bloch, escribió sobre la dimensión utópica de los sueños diurnos en contraste con el trabajo realizado por el sueño nocturno. Escribió en ese magnus opus que es El principio esperanza: “El contenido del sueño nocturno está oculto y deformado; el contenido de la fantasía diurna es abierto, fabulador, anticipador, y lo que hay en él se encuentra hacia delante”.[i] A continuación, Bloch elabora el entrelazamiento de ambos tipos de sueños señalando que la gravidez arcaica puede ser una gravidez utópica que explica el entrelazamiento parcial de las ensoñaciones en el sujeto.
Como un ejemplo de esta relación con la gravedad y la luna y sus fábulas metafóricas sobre los estados conscientes e inconscientes del sujeto, Müller ha realizado en el pasado vídeos de tomas bajo el mar en distintos lugares del mundo, sumergiendo la cámara entre el agua y la línea del horizonte, tensionando la imagen por medio del gráfico de las pleamares y bajamares. En un trabajo reciente, Salto al vacío (2016), la cámara sumergida debajo del agua genera un remolino centrífugo a gran velocidad que dota al agua de una cualidad viscosa, una profundidad o punto de fuga que metafóricamente nos lleva al inconsciente y al mundo del sueño. El río del tiempo al que nos invita esta artista es el instante de la experiencia, el cual siempre presupone su propio opuesto, esto es, un tipo de vida que es mera vegetación, que es rutina, vacío, discurrir, paso del tiempo. Cualquier obra de arte presupone la unión de alguna clase de experiencia vivida (su contenido) con una implicación activa de las posibilidades de esa experiencia en sí misma. Nada es definitivo, todo se mueve, y la promesa del crecimiento interior y la transformación están ahí, a nuestro alcance. Flotamos en este río del tiempo.
[i] Ernst Bloch, El principio esperanza (1), Editorial Trotta, Madrid, 2007, p. 131.