Por Carla Garlaschi | Imágenes: Carla Garlaschi & Matias Völzke © 2017 para Documenta 14 Atenas
Last decade documenta changed my life tal cual decía el trabajo que exponía Cevdet Erek mientras mi chico del 2012, un arquitecto moreno de 32 años, un charmer con facha de modelo de Giorgio Armani le decía al artista “Your work’s awesome, man” y le pedía – con la sonrisa entusiasta de los que ven en el arte contemporáneo el caldo cultivo per se del cool hunting – permiso para grabarse en la instalación sonora haciendo pasos de break dance.
Lo había conocido en una inauguración del Barrio Italia, donde yo misma me había obligado ir y a poner mi mejor cara, maquillaje y vestido para trabajar el networking Santiaguino pensado en el glow que me daba decir que estudiaba en la Royal Institute of Art Stockholm. La Andrea me decía que era como el personaje de Blue Jasmine de Woody Allen, me ponía los vestidos caros de mi relación anterior, viviendo todavía de las glorias pasadas. Él era de una familia adinerada y de colegio cuico-abajista en Chile, que vestido de hip-hopero me paseaba en su auto con sunroof escuchando Lady Gaga y Calle Trece a todo volumen. Me llevaba a playas casi desiertas del litoral central, con departamento en la primera línea del Pacífico. Conseguía hongos, ácido y organizaba fiestas mientras yo lo perseguía en todo tipo de deportes, subir cerros en bicicleta, escalar, nadar largos tramos y casi ahogarme. Pero cuando me vino a ver a Europa todo fue diferente, no ayudó en nada el descubrir que su ídolo fuera Banksy, que pensara que cualquier teoría del arte era bazofia masturbatoria, que no fuera ni al supermercado solo, que ahorrara en lo más mínimo para gastárselo después en la Mac Store, que me acusara de alcohólica por pedir cerveza a la hora de almuerzo, que se enojara porque yo no quisiera compartir mi vaso de trago cuando él no se compraba uno y que si no “me ponía” para él, me dijera que iba tener que tirarse a otras minas. Finalmente, en Documenta 13, en una discusión agitada me tiró el pasaporte al suelo con los ojos inyectados en rabia y mi corazón hizo “crack.” Lo pasé como el hoyo en Kassel, llovía todo el tiempo y mi pololo era un wea.
La Documenta pasada, me juré que la próxima sería apoteósica. Esta vez no llegué con crisis de los 30 viajando de estúpida mochilera de Inter-Rail, no me vestí de hip-hopera por empatía, ni me uniformé de artista conceptual o curadora de museo -como creía hace dos años que había que presentarse en este tipo de eventos-. A quien iba a andar engañando, mejor salir del closet del estilismo existencialista y asumirme torpe, pastel, piteada, rica, ermitaña, full sociable… there is a crack in everything, that’s how the light gets in (Anthem, Leonard Cohen).
Entramos con mi amiga, la curadora Olivia Berkowicz, al EMST- Museo Nacional de Arte Contemporáneo, no había plano de la disposición de las obras y en el suelo, solo tiernos e irritantes letreros de papel y piedras con los nombres de los artistas grabados (como quien pone la mesa afuera en la terraza y como gesto decorativo-gastronómico coloca una piedrita arriba de la servilleta para que no se la lleve el viento). El desorden de la información, sumado a viajes a Medio Oriente y Norte América en las dos semanas anteriores me anticipó a un estado de disociación. No poder navegar la exposición bajo las convenciones expositivas propias de grandes muestras era la queja generalizada ¿Acaso las obras se tenían que sostener por sí mismas? ¿Falta de organización? ¿Decisión curatorial? hasta Frieze hizo hincapié en eso. No quedó otra opción que caminar a ciegas.
Why Are You Angry? de Nasha shibi/Skaer, un video que refería constantemente a las pinturas de Paul Gauguin, que en la Polinesia Francesa buscó escapar de la civilización europea y de «todo lo que es artificial y convencional.» Los movimientos de cámara y el ritmo tratan esa mirada amistosa, pero a veces suspicaz del otro, modelos halagadas que observan el lente desde la distancia. No había grandes diálogos ni subtítulos, solo el movimiento corporal y testigo de la cámara. Nos quedábamos varios allí, admirando la belleza de las modelos y sus vidas, que nos parecían románticas y lejanas. Recordé a José María Feliú en un café de Mallorca comentándome que en un rito Maorí las tahitianas eran iniciadas sexualmente por perros. Él decía que yo no tenía nada que hacer en Europa, que era un continente en decadencia, que a su isla ya la habían saqueado y él había sido testigo de cómo el idilio Balear se había transformado en un mar de especulaciones económicas. Tanto en España como en Grecia, debían existir construcciones de casas que nunca llegaron a ser habitadas por otra cosa más que por el fantasma de las deudas.
Seguí recorriendo la exposición iluminada por esa luz anaranjada que dan los focos que economizan energía en un museo grande, pero con demasiadas puertas, lo que creaba un recorrido abrupto e interrumpido. No me interesaba ver las obras que hacían referencia a esculturas griegas y la propaganda Nazi de una manera frontal – The Greek Way yuxtapone en una instalación los trabajos de Piotr Uklański y el duo McDermott & McGough – pero pensé que tal vez, más que la calidad artística, el gesto curatorial era el de dar a entender la conciencia de la existencia de esta relación asimétrica: la propaganda Nazi refería al pasado helénico como un canon de perfección, omitiendo el hecho de que en la Grecia Antigua no fuera aborrecible el ser homosexual, todo lo contrario era considerado una práctica elevada y espiritual por no apuntar la funcionalidad de la procreación.
En la ciudad las iglesias cristianas parecían sombreros ridículos, ornamentos torpes en una cara bonita, algo innecesario. En las calles, los negocios cerrados o por clausurar, “menos los sex shop, los restaurantes y las tiendas de celulares” como observó Olivia.
Interstices de Terre Thaemlitz fue como un llamado al trance. Mensajes subliminales y ruido, como un manifiesto-queer-bailable que mostraba la estereotipación de los géneros mediante programas televisivos y cultura popular en un ritmo cadencioso y pegajoso con la estética chiclosa de los videos de comienzos de los 2000.
Más adelante, el atractivo del Realismo Socialista de The Children de Spiro Kristo, los collages Anonerousanous: Soft Disclosure de Danai Anesiadou me recordaron los Vacuum Bags de Linnéa Sjöberg, en un pasillo la voz robótica de Moyra Davey.
De pie frente a un cuadrado de aceitunas, Payment of Greek Debt to Germany with Olives and Art reconozco a Marta Minujín. Afuera del museo me tomo una sesión de selfies. En la noche el bar donde ir es el Six Dogs, y toman forma variaciones de melodramas silenciosos, confesiones embalsamadas por el alcohol, varios nos reímos al decir que en realidad, en nuestros países de origen vivíamos en el campo, que no queremos volver allí, que la gente de la ciudad idealiza el campo, tal cual los que vivimos en los países del norte romantizamos lo que nos parece pintoresco de la crisis Griega.
En el aire de la discoteca, se percibe la euforia del formar parte de algo, estamos apretados y pienso que eso nos gusta. Al otro día, mi resaca de Gin&Tonic no quiere desaparecer, a lo que, aparte de mis tres últimas semanas viendo escritura árabe, inglés, español y sueco, se sumó mi Google Map cambiado (no sé porque) al griego, y, ese mismo día el atentado en Estocolmo. En Odeion, el Conservatorio de Atenas, veo una performance en medio de una instalación tipo Mad Max ecológico, European Everything de Joar Nango, el director artístico, Adam Szymczyk, está sentado en medio de una carpa, con quienes no logro saber si son su equipo de trabajo o sus admiradoras, pero fuman cigarrillos negros. Szymczyk posa frente a las cámaras como una diva del Festival de Canes. Pienso en la euforia del día pasado, en lo fútil del arte, que en realidad no cambiará ni la crisis económica ni política de los países del sur, que tampoco detendrá guerras. No sé qué hacer. Mi celular no para de darme notificaciones de que mis conocidos de Estocolmo están bien. Entiendo el seminario The Destruction of Europe de Franco “Bifo” Berardi acerca del reciente despertar del nacionalismo y el fascismo en Europa y en la posibilidad (o imposibilidad) de resistencia política en la era del capitalismo financiero, diciendo que los tiempos que ahora vienen son de trauma. Me siento sola y lloro. Salgo a caminar y llego a una calle con un despliegue policial serio, sendas vans Mercedes-Benz negras y brillantes estacionadas con letreros VIP2, VIP5. Frank-Walter Steinmeier, Ministro de RR.EE. de Alemania, ha hecho una visita al Primer Ministro de Grecia. Dentro de una cuca griega los pacos ven tele.
En mis últimas horas en Atenas visito el Templo de Zeus. Pienso en todos los libros de los filósofos, en la mitología, en las clases de historia de la universidad y en las fotocopias. Me siento insignificante, como la hoja de un árbol, pienso en Paul B. Preciado y el statement de su Programa Público de Documenta 14 que, cual Sísifo, escribe “Vamos a fracasar. Pero vamos a intentarlo.” Asumiendo que no podrá cambiar el institucionalismo colonial y patriarcal que es el museo.
Una persona me ve, recoge una piedra del templo y me la da. Miro hacia abajo, donde hay varias piedras más. Es primavera y el suelo está lleno de margaritas y violetas.