Entre otras cosas me cuesta lidiar con la lluvia. Nací en 1985, al sur de Chile en Puerto Varas, una pequeña ciudad lluviosa, en la que progresivamente reemplazan la vegetación por pavimento. Diciembre, Enero, Febrero, son los meses en que el sol aparece con la ilusión de que las calles estarán secas por más de una semana. Pero no es así, igual llueve. Entre 1995 y 2003 no tuve mayor motivación que andar en skate los días que no llovía, y hacer asuntos relacionados al arte. Esa fue la dieta. El colegio lo relegué a un mínimo de esfuerzo por odiarlo tanto más que la lluvia. Me gustaba pasar tiempo fuera de casa, con los amigos, patinando, improvisando con el peso, la gravedad; los trucos en el pavimento, en la arquitectura, en la ciudad. Mirando. Ceñimos nuestras experiencias a un vocabulario con el que redefinimos nuestro entorno. Jugando. No patino hace bastante tiempo pero el movimiento es el mismo: observo e improviso con lo que voy encontrando en el espacio urbano. Camino. Persigo rastros e indicios, fragmentos de realidades disímiles. Pausa. Desde 2004 que vivo en Santiago, donde los meses sin lluvia son casi nueve. En ese intertanto re pavimentaron la calle de afuera del edificio donde vivo, y el clima pareciera no hacerle cosquillas, ni molestarlo, ni oprimirlo, ni insultarlo. Es una superficie soberbia que se extiende en la ciudad como consecuencia de una innegable necesidad. Deambulo. Advierto. Me detengo en lo que no tiene valor, en lo excluido, en lo desechado, que tomo e intento renombrar.