La caminata de Teresa Aninat mezcla las peculiaridades que nos presenta aquella incomparable geografía del norte de Chile, un ‘descampado’ que está homologado a otras cosmogonías. Este cometido es acompañado por una pieza escultórica que más bien podría ser definida como una ‘ortopedia sonora’, un objeto que recoge la corporalidad de la peregrina y los sonidos indeterminados que emite el entrechoque de los platillos.
Por Rodolfo Andaur | Imágenes cortesía de la artista
Caminar por el desierto origina una serie de reencuentros con algunos elementos e insólitas sensaciones que muchas veces hemos dejado marginadas en nuestro diario vivir. El simple acto de movernos, a la intemperie, confirma que tanto los murmullos del viento, como el palpitar de la tierra resuenan con mayor fuerza. Existen. Están ahí.
La geopolítica que desprende el ‘descampado de Atacama’ junto a sus milenarias rutas, exponen una quimera sobre un territorio andino que hace un par de siglos no poseía límites tan conflictivos como los actuales, y en donde sus primeras naciones no obedecían estrictamente al yugo de la colonización. Como escribe Sergio González: “la encrucijada que enfrentaron los próceres latinoamericanos, en los albores del siglo diecinueve, al decidir la emergencia de las nuevas repúblicas, permitió el surgimiento de nuevas sociedades y Estados nacionales que muy pronto tenderían a colisionar por la definición de sus fronteras que no solo era impreciso tanto en la letra como en la geografía, sino que respondía a un tiempo y una realidad históricos distintos, como lo fue la Colonia”.[1]
Esos bordes que han estado ininterrumpidamente amplificando los dilemas propios del desierto constituyen –al margen de los tratados, encuentros y fracasos diplomáticos más recientes–, un espacio de reflexión para proyectar una acción a través del paisaje andino. Una acción que transita y poetiza la caminata. Además el acto de permanecer en estas fronteras cuestiona nuestro rol que está acostumbrado a excluir la territorialidad e intangibilidad que expelen estas geografías. Es preciso recordar que el hombre es ‘un animal territorial’ antes que ese aristotélico ‘animal político’. Pero en nuestra vanidad de especie nos gusta recordar esta última característica y olvidar la primera, ya que ella nos recuerda nuestra elemental animalidad.[2]
Bajo este dilema, otra característica humana, que posee una estricta relación con los flujos orgánicos que observamos sobre estas cumbres, es el que dispersa la globalización. Esta cuestión ha cultivado diferentes estudios que en la mayoría de los casos colindan, por ejemplo, con la emergente neo-liberalidad de la(s) frontera(s). La globalización ha generado una dialéctica de la identidad: cuanto mayor es el peligro de una alineación total, mayor es la tendencia de las personas a reforzar la dimensión (territorial) local, como un espacio recuperado de solidaridad, tal vez como única forma de superar la discusión entre globalizarse o no, abriendo espacio a la cuestión de cómo controlar este proceso para convertirlo en una oportunidad para el desarrollo.[3]
Con estos cuestionamientos en el papel pero de vez en cuando manteniendo la mirada hacia el horizonte altiplánico, la artista visual Teresa Aninat, fuertemente influenciada por la ya mencionada atmósfera, envuelve su talente en el fulgor estético y limítrofe que nos enseñan incontables senderos que rodean el eje tripartito que actualmente comparte Bolivia, Chile y Perú.
Básicamente Aninat ha organizado una caminata que mezcla las peculiaridades que nos presenta aquella incomparable geografía del norte de Chile, un ‘descampado’ que está homologado a otras cosmogonías. Este cometido es acompañado por una pieza escultórica que más bien podría ser definida como una ‘ortopedia sonora’, un objeto que recoge la corporalidad de la peregrina y los sonidos indeterminados que emite el entrechoque de los platillos. A simple vista, este acto performático es una acción similar a la que ejecuta un chinchinero, sin embargo la coreografía central de esta errante podría calzar a la de una percusión mántrica que aparece ante el simple acto de caminar. De alguna manera, este video performance posee la capacidad de saber ver en el vacío de los lugares y, por tanto, de saber nombrar estos lugares…en realidad la percepción/construcción del espacio nace de los errabundeos.[4]
Desde otra vereda, esos ejes tripartitos constituyen un no-lugar que justifica las vicisitudes de una artista para formar parte de aquellos hitos geográficos donde los sonidos que ella arrastra potencien lo tangible. Es un hecho que con solo observar y recorrer estas líneas imaginarias –que también nos dividen con otros países–, nos enfrentemos a un cúmulo de crónicas acerca de esa historia reciente que compartimos y que difícilmente logrará reunirnos bajo un solo himno, escudo o bandera. Este esquema que ha sido fraccionado por la cartografía contemporánea, remarca las frecuencias de un territorio desigual. [5]
La disyuntiva que presenta esta frontera también traduce diversos símbolos que designan la visión heterogénea de toda una región. En este sentido estos senderos tripartitos, con los que el desierto ha sido condescendiente, alteran los pasos de Teresa Aninat. El resultado: esta triple frontera se transforma en un murmullo que dialoga con la trama limítrofe que fecunda el intercambio entre Bolivia, Chile y Perú, una cuestión que ha mutado, por un lado, la razón de errar y, por otro, la de poetizar la sonoridad de esta compleja y mestiza zona de Sudamérica.
La “Frecuencia Andina” es un territorio que recita los versos que le enseña la geografía, pese a ello la propia artista intenta afanosamente re-escribir estos versos que renuevan la forma en la que observamos estos rincones donde la naturaleza es abrupta e incorregible.
Finalmente, para componer este tipo de partituras es necesario reflejar tanto sus paisajes como sus pertenencias. Con este panorama no cabe duda que resonará un eco en nuestras extremidades. Eco que será acoplado al respirar, al oír los cursos de agua, o al visualizar las montañas; un perfil poético del estar y ser sobre esas fronteras ficticias que más bien son espacios de tránsito que cargan con una ideología férreamente comandada por la pacha. Aninat ya tomó nota de esto por lo que continuara deambulando junto a la frase: errare humanum est.
«Frecuenca Andina» fue seleccionada como parte de la programación de la reciente XXI Bienal de Arte de Santa Cruz de la Sierra (2020), evento internacional que contó con la dirección artística de Kiosko Galería.
[1] GONZALEZ, Sergio en “Del hito a la apacheta. Bolivia-Chile: otra lectura de cien años de historia transfronteriza (1904-2004)”. Publicación co-editada junto a Cristian Ovando e Ingrid Breton (Santiago: RiL editores, 2016), p. 173.
[2] BOISIER, Sergio, «Globalización, Geografía Política y Fronteras» publicado en Revista Estudios Transfronterizos, Vol. I, Nº 1, INTE, Universidad Arturo Prat, Iquique, 2003, pp. 49-68.
[3] Ibíd., p. 51.
[4] CARERI, Francesco. “Walkscapes. El andar como práctica estética” (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2009), p. 44.
[5] Al mencionar a las fronteras como territorio desigual, aparecen en mi memoria los proyectos del coreano Sanghee Song (Maehyang-ri, 2005), el boliviano Gastón Ugalde (Lipes Atacama, 2009), o la chilena Jo Muñoz (Tripartito, 2009).